Esta respuesta tiene más niveles y profundidad de los que, en principio, podríamos suponer. Somos consumistas a nivel extremo, los zombies también. Nuestra capacidad de atención en muchas ocasiones no supera una pantalla de celular, y ellos solo existen para comer. Nada somos sin la colectividad, ellos tampoco son nada fuera de la horda. Somos organismos que se degradan día a día, pero ellos son nuestra más cruda metáfora. Tal vez por eso el zombie, ghul o muerto viviente se ha convertido en el personaje ficticio más importante de la modernidad.
Desde los inciertos orígenes del “zombie”, que se pueden rastrear desde el culto vudú y el gólem judío hasta las películas de George Romero, encontramos que hay un constante “abandono” de la voluntad en favor del apetito, la frustración y por supuesto, el dolor.
Un celular nuevo reemplaza al anterior, un carro nuevo chatarriza a otro de menor gama y así. Esa misma identidad zombie se refleja en el “amor líquido” y en la vaguedad de nuestros héroes en redes sociales. Cada tiempo histórico puede medirse por su fijación en personajes ficticios, el ángel, la sirena, el satán, el vampiro… Pero estos son los días del muerto viviente, porque esa dualidad (muerte/vida) ilustra el hastío y cansancio de nuestra generación.
Regresando a su contexto cultural y mediático, los muertos vivientes tuvieron su momento de gloria en los años setenta con el cine de George Romero a comienzos de los setenta y pronto también encontraron su propia decadencia. Los imitadores de Romero nunca profundizaron en la metáfora existencial y social que encerraban los zombies, sino que se quedaron en la superficie del formato: sangre, tripas y asco. Ese cliché se mantuvo fiel a su decadencia durante casi tres décadas, creando todas las posibilidades del zombie en la ciencia ficción, la comedia, el western y hasta el terror.
Habiendo tantas películas de zombies, ¿qué tenía esta de particular? Que sencillamente ahondaba en la naturaleza oscura, indómita e impredecible de la humanidad. La gente quiere salvarse y allí es donde se revela su verdadero carácter. La fuerza de las primeras temporadas radica en la intensidad de sus personajes y no en la cantidad de zombies en las calles de Estados Unidos.
Hay algo llamado “arco dramático” que es la ruta en la cual un personaje positivo se torna negativo o viceversa.
Detrás de la crueldad del Gobernador se encuentra su amor incondicional hacia su hija; el sangriento bate de Negan tiene el nombre de Lucille en honor a su esposa fallecida por el cáncer y a su incapacidad de ser un buen esposo; y en modo contrario, tenemos al mismo Rick que no en vano es un sheriff a la antigua, representado con sombrero, revolver y caballo, ceñido a los más estrictos valores en un mundo caótico y quien, a lo largo de las temporadas, termina siendo un personaje oscuro, traidor y conflictivo. Esos son los “arcos dramáticos” que han convertido a Walking Dead en una de las series más vistas de estos años.
¿Por qué nos gustan tanto los zombies? Respondo con una de las frases más desoladoras de Rick Grimes: “We are The Walking Dead”.
Marzo 2021
ENSAYO
Un género que sabe mantenerse a flote ante la incertidumbre
Por Luis Alberto Suescún
Marzo 29, 2020